Provisión misionera para Priscila
Una profesionista mexicana nos relata su llamado a servir al Señor y las aventuras que ha vivido
Por Sara Trejo de Hernández
«Priscila» es el seudónimo de una profesionista mexicana que aquí nos relata su llamado a servir al Señor y las aventuras que ha vivido.
Priscila cursaba el octavo semestre de la licenciatura en contaduría cuando dos señoritas llegaron a casa de su madrina desde el vecino país del norte, para colaborar durante dos meses en el programa de Vanguardia Juvenil.
Ellas no hablaban español y Priscila no sabía inglés, pero Ann, una de las dos, buscó una amistad con la mexicana y trató de establecer comunicación, orando por ella e invitándola a leer la Biblia. Después de que se fueron las visitantes, Ann llamaba ocasionalmente por teléfono para saber de Priscila.
Tristemente, cuando la joven terminó la carrera en 1987, su mamá falleció. Al recibir otra llamada de Ann, preguntando qué iba a hacer Priscila, la invitó a visitar su país. La nueva contadora decidió hacer la tesis y en noviembre aceptar la invitación. Llevó consigo el Nuevo Testamento regalado por Ann, que no se había atrevido a leer en casa porque la familia era de «otra religión».
Durante la visita, Ann le compartía videos de misioneros y de la misiones mundiales. Priscila volvió a México, se tituló y comenzó a trabajar. Luego, un día en su recámara, todo lo que había leído en la Biblia y la gracia de Jesucristo se hizo real en su corazón, y le dijo al Señor: «Quiero que Tú me enseñes».
Lo primero que aprendió fue a sujetarse a sus autoridades y a dar el diezmo de sus ingresos, porque Dios provee. Renunció a su empleo y aceptó servir con un pastor cristiano ganando diez veces menos de lo que ganaba en lo secular, pero se sentía contenta: «porque lo importante no era lo que yo tuviera, sino el propósito divino».
De nuevo una llamada telefónica de Ann cambió su rumbo, porque la invitó de parte del Centro de Misiones Mundiales de Pasadena, California, a un curso intensivo sobre perspectivas de la misión mundial. Allí estuvo un mes, cada día un profesor diferente, misioneros sobresalientes en la evangelización mundial. «Conocí el plan y propósito de Dios desde Génesis hasta Apocalipsis», dice Priscila: «Dios abrió mi visión de una manera impactante».
Fue invitada a servir como misionera, pero le recomendaron consultar a su pastor, quien no apoyó que saliera de México. Obedeció, porque una de las primeras cosas que había aprendido era a sujetarse. Cuando regresó a Pasadena para recoger sus cosas, conoció a la persona que le había pagado el viaje; había sido misionera en México y en la India y anhelaba que más mexicanos fueran a la India como misioneros porque veía la similitud entre ambos.
Priscila estaba aprendiendo grandes verdades por medio de cada experiencia. Como todos, deseaba que su vida fuera productiva, con decisiones acertadas, de acuerdo a la voluntad de Dios. Poco a poco descubría los próximos pasos a seguir.
Por fin, en 1989, sintió el llamado divino a servirle de tiempo completo mediante una porción de la Escritura: «Yo Jehová te he llamado en justicia, y te sostendré por la mano; te guardaré y te pondré por pacto al pueblo, por luz de las naciones, para que abras los ojos de los ciegos, para que saques de la cárcel a los presos, y de casas de prisión a los que moran en tinieblas» (Isaías 42:6-7).
En 1990 el pastor de la Iglesia le pidió elaborar un documento en donde aparecieran los países no alcanzados por el Evangelio y las etnias de México, como guía de oración. Durante todo el año se publicaba cada domingo en el boletín local. Posteriormente Priscila fue a trabajar por tres años, recomendada por el pastor, como coordinadora del departamento de misiones mundiales de Visión Evangelizadora Latino Americana. Cada vez más se perfilaba la misión que Dios tenía para ella: promover el trabajo misionero.
Volvió a servir en la Iglesia, capacitando a personas para la evangelización entre los indígenas y promoviendo la oración por los grupos étnicos. Finalmente, Dios le confirmó que era su voluntad que fuera al estado de Coahuila al Centro Misionero Transcultural. Se sentía un poco temerosa porque pensó que su papá no aceptaría que se fuera tan lejos de casa, y oró mucho antes de hablar con él, pero no hubo obstáculo cuando se animó a pedirle permiso.
El Centro se inauguró con un curso de un mes al que asistieron cerca de treinta candidatos para la obra misionera. Después de un tiempo, Priscila fue invitada a ser coordinadora de estrategias para trabajar en un país de la llamada Ventana 10-40, nombre dado a la parte del mundo donde muchos países no tienen libertad de predicar el Evangelio debido a sus religiones como el islam o el hinduismo.
Le pusieron como condición que necesitaba contar con ofrendas para cubrir los primeros tres meses en el nuevo lugar, además de 300 personas comprometidas a orar diariamente por ella durante los tres años del proyecto.
¿Sería posible? Priscila había aprendido que Dios es el proveedor. En los siguientes días algunas personas le ofrendaron dinero, otras el costo del boleto de avión a la India, otras una computadora personal. Dos Iglesias le pagaron una cirugía de los ojos para eliminar su miopía. El Señor incendió el corazón de muchas personas que la sostuvieron con oración y ofrendas durante tres años.
Desde antes de irse, Priscila recibió promesas divinas de protección, que fueron cumplidas a cabalidad. Dios la guardó lejos de su patria. Nunca se sintió sola ni abandonada, y logró completar un proyecto de gran utilidad para los futuros misioneros mexicanos a la India: un diccionario con palabras y frases en español, traducidas al hindi.
Sigue adelante con la visión que el Señor le ha llamado a realizar. Ha comprobado que se puede confiar absolutamente en el cuidado y la dirección del Creador quien la ha llevado paso a paso en este camino desde que conoció a aquellas dos jóvenes en Vanguardia Juvenil.
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