El Reino de Dios avanza con amigos... que comparten la mesa

Foto por Erick Torres

Tres razones que lo impiden

Por Cynthia Ramírez de Rodiles

Estaban todos sentados a la mesa, a punto de partir el pastel. Misionero dijo: 

—Estoy tan feliz de que Recién Convertido esté con nosotros hoy. Por fin llegamos a la parte importante de la noche. ¡Celebremos juntos lo que Dios ha provisto! 

De inmediato, Empresario pensó: 

—Sí, Dios proveyó. Pero, ¡guau! Vaya que este año fue muy difícil en lo económico... 

Pastor observaba a los demás con cierta intriga y murmuró a Líder de Alabanza: 

—Cómo me hubiera gustado que hubieran diezmado, en vez de comprar este pastel, con este dinero podríamos darle de comer a varias familias de la iglesia. En fin, qué bueno que me invitaron. Necesitan escuchar la Palabra de hoy. Ahorita que haya oportunidad.

—¡Yo quiero repartir el pastel cuando lo partamos!—, dijo Filántropo.

Del otro lado de la mesa se escuchó a Contador: —Va, yo te ayudo. ¿Cuántos somos? ¿Sí nos va a alcanzar? Yo digo que a Inversionista le demos el pedazo más grande, el que tiene las fresas. 

Inversionista, con una pequeña sonrisa, contestó de inmediato: —¡No! ¿Cómo creen? Bueno, la verdad yo escogí el pastel y de hecho, son mi parte favorita.

 —¡Les dije que es lo que más le gusta!— lo defendió Emprendedor, mientras le sonreía y le servía más café. 

—¿En serio?—, levantó la voz Mujer que parecía no haber estado presente hasta ese momento y propuso: —En todo caso, hay que darle las fresas a Humilde. Casi nunca le toca pastel y además hoy es su cumpleaños. ¡No hay que ser desconsiderados! 

—¿A qué hora llegaste? No sabía que te habían invitado—, gritó el anfitrión medio perplejo por la visita, lo cual desató una discusión álgida entre todos. 

De pronto desde la cocina se escuchó: 

—¡Feliz cumpleaños a ti! ¡Feliz cumpleaños a ti!—. Sorprendidos todos, dejaron de hablar y se apresuraron para ver si alcanzaban a llegar a la última estrofa. 

***

¿Podemos imaginar esta escena? Aunque nos cueste aceptarlo, uno de los más grandes retos para unirnos a la misión de Dios en nuestros días se ve evidenciado en esta pequeña analogía: No hemos aprendido a sentarnos juntos en la misma mesa. 

Tristemente, nos cuesta aceptar la invitación de Dios a valorar, trabajar y celebrar juntos. El punto de vista de cada uno se ve reflejado en comentarios, actitudes y creencias, que en gran manera, no reflejan el corazón de Dios ni lo que Él está haciendo en el mundo el día de hoy. 

Algunas de las razones son:

1. Falta de una teología integral.

Todavía creemos que hay una separación entre lo sagrado y lo secular. Un estudio histórico de nuestra fe nos demuestra que esta cosmovisión tiene su origen en Grecia y es una distorsión del diseño original de Dios para nuestra sociedad y el rol de la Iglesia. Esta creencia errónea nos impide ver oportunidades, potencializar el trabajo en equipo y adaptarnos a las nuevas realidades a las que Dios nos invita como su Iglesia. 

2. Reacción a modelos malos, incompletos o que fracasaron.

Todo pastor conoce un empresario que cree que ha «escogido servir al dinero» y todo empresario conoce a un pastor que cree que «ha abusado de su autoridad, no ha valorado su trabajo y que ha exigido su participación en la comunidad de una manera primordialmente monetaria». 

Si somos honestos, nuestros comentarios, opiniones y decisiones, en gran manera son una reacción a las malas experiencias que hemos tenido. 

3. Falta de espacios intencionales y disposición de los dos lados para el diálogo.

Cada día hay más tecnología que nos separa entre generaciones. Los millennials no creen tener nada que aprender de las otras generaciones y los adultos no le han dado la oportunidad a los jóvenes de fracasar. 

Muchos de estos encuentros no tienen profundidad, continuidad y mucho menos un diálogo comprometido con el proceso. Los puntos de vista se ponen en la mesa, pero no hay interacción real. Faltan amistades intencionales que busquen trabajar juntos para el reino de Dios. 

Lo mismo se dice de las redes de profesionistas, empresarios, emprendedores, ministros, misioneros transculturales y demás. Cada quién se junta con los suyos para no lidiar con lo incómodo y difícil. De esta manera evitan tratar de entender, valorar o aprender del otro, pero sobre todo, trabajar juntos. 

Aun con estos retos, es esencial que nos sentemos en la misma mesa. Ahí podremos experimentar la gracia, el perdón, el amor y la redención de Dios de una manera que jamás será posible si seguimos en mesas separadas. 

No podemos conformarnos con partir el pastel cada uno en nuestra casa, celebrando lo que a cada uno nos interesa. El pastel, a fin de cuentas, lo creó Dios, lo pagó Dios, lo sustenta Dios y le pertenece a Dios. Finalmente lo partimos para celebrarlo a Él, y a esa mesa, todos estamos invitados. 


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