Sin aliento

Foto por Diana Gómez

Dios nos habla a través de diferentes situaciones

Por Johanna Ochoa

Hace poco, en uno de mis entrenamientos de natación, mi instructor me puso a practicar apnea. Esta práctica se considera un deporte extremo y consiste en no respirar durante un tiempo determinado. Se lleva a cabo en la fosa de clavados, que tiene cinco metros de profundidad. 

Las primeras veces fueron desafiantes y agotadoras, pero con el tiempo pude ir controlando mejor mi respiración, y cada entrenamiento lograba permanecer más tiempo bajo el agua. 

Practiqué mucho hasta lograr dominar esta disciplina, pero un día experimenté lo que ningún nadador desea: me quedé sin aliento y entré en pánico. Es horrible la sensación de quedarte sin aire, ver hacia arriba y darte cuenta de que estás lejos de la superficie.

Llegué al fondo de la fosa, pero irónicamente no fue ahí donde «toqué fondo». Eso sucedió cuando salí del agua, pues este incidente me llevó a reflexionar en mi relación con Dios.

Así como en natación se necesita tiempo y constancia realizando el mismo ejercicio día a día para dominar algún estilo o disciplina, en mi andar con Cristo había pasado algo parecido; la práctica me había hecho lucir como una cristiana experta. Sin embargo, esto me llevó a confiarme.

Confié en que las prácticas y pruebas que había tenido en el pasado en mi caminar cristiano eran suficientes para mantenerme en pie y seguir adelante. 

Estaba empapada de toda la cultura cristiana. Andaba de la manera correcta, respondía lo que se esperaba que contestara, servía, oraba, alzaba mis manos y alababa a Dios. Pero, aun cuando realmente deseaba que estos hábitos fueran auténticos, muchas veces eran una respuesta mecánica; no venían de lo más profundo de mi corazón. 

En mi relación con Jesús, aprendí a nadar reduciendo el número de salidas para respirar con el fin de avanzar «más rápido». Me acostumbré a caminar como cristiana, reduciendo mis tiempos de comunión con Cristo. Avanzaba rápido a los ojos de los demás, pero estaba estancada a los ojos de mi Señor. 

Más grave aún, creí que una sola respiración era suficiente para atravesar lo más profundo de la fosa. Me volví soberbia, pensando que no necesitaba más de Jesús. 

Sabía que Él estaba en la superficie, esperándome, extendiendo su mano para tomar la mía, pero mi orgullo y mi pecado querían mantenerme bajo el agua, aguantando la respiración incluso cuando ya no podía más. 

Es curioso como Dios nos habla a través de diferentes situaciones y las usa para enseñarnos. El incidente en la fosa me hizo reflexionar y darme cuenta del riesgo en el que estaba mi vida espiritual. Me di cuenta de lo mucho que necesitaba a Cristo en mi vida, y que salir a respirar y descansar en Él es esencial.

Es cierto que andar con Jesús requiere disciplina, pero una que provenga del amor y no se haga de manera mecánica. No se trata de aprender a actuar como un discípulo sino de tener el corazón de un discípulo; humillado y rendido ante su Maestro y Señor. 

He aprendido a respirar y descansar más en Jesús, y que no necesito ser experta en mi andar con él, sino ser sincera. También he aprendido que sin importar cuánto tiempo lleve de conocer el Evangelio, lo mucho o poco que sepa, necesito a mi Señor Jesucristo todos los días.


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