Las palabras «cristianas» no existen

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Por Cesia Carrillo Clemente

Cuántas veces hemos expresado estas palabras casi en automático: «¡Amén!», «¡Gloria a Dios!», «Bendiciones», o «¡Aleluya!». Son parte del lenguaje entre cristianos y es común escucharlas en los servicios de nuestra congregación. Sin embargo, a veces creemos que el decirlas es un reflejo de cuán espirituales somos, cuando en realidad es posible que no siempre entendamos lo que significan.

Es importante que sepamos qué quieren decir las expresiones que usamos y que no solo lo hagamos por tradición, por copiar a otros o porque están escritas en la Biblia.

En ocasiones podemos caer en el engaño de que esas palabras tienen algún poder o magia, como cuando decimos «amén». Sin embargo, estas no son exclusivas de un vocabulario «espiritual»; pues cualquier persona puede decir «amén» a algo sin un sentido religioso, con la sencilla intención de hacer una afirmación. 

En el plano espiritual, Jesucristo mismo es el Amén. Él es quien confirma y afirma sus dichos y las Escrituras, así que no necesita nuestra validación. Más bien, nosotros pronunciamos «amén» para que nuestra mente haga ese proceso en el que decimos: creo. 

En una oración de petición, decir «amén» no implica que se deba cumplir lo que pedimos, significa que nos ponemos de acuerdo con la voluntad de Aquel a quien se lo estamos pidiendo.

Como hijos de Dios, debemos tener mucho cuidado al usar este tipo de expresiones. Sabemos que la Biblia nos advierte que: «de la abundancia del corazón habla la boca» (Lucas 6:45b). Esto no quiere decir que repitamos largas letanías sin sentirlas, sino que hablemos siempre la Palabra de Verdad, la cual debe estar grabada en nuestro corazón. Cristo mismo (el Verbo de Dios) nos da su Palabra y también actúa en el cumplimiento de las Escrituras. 

La Biblia nos menciona que en nuestra boca está el bendecir o maldecir. Este proceso nace de la mente, el lugar de las ideas. Por ello, Romanos nos dice que renovemos nuestro entendimiento. Es decir que, al tener a Cristo en nuestro corazón y al alimentarnos de su Palabra para conocerlo, cada cosa que hagamos, cada pensamiento que tengamos y cada expresión que digamos, irá sazonada con esa palabra de Verdad.

Por otro lado, el evangelio de Mateo nos advierte: «De toda palabra ociosa que hablen los hombres... de ella darán cuenta en el día del juicio» (Mateo 12:36). La ociosidad es inactiva. Es un estado de falta de movimiento o energía. Entonces, ¿cómo puede verse en las palabras? En que las digamos sin intención, en automático, ni para bien, ni para mal, sin fruto alguno.  

Así que, vivamos en Él y meditemos en cada cosa que digamos, recordando que es un reflejo de lo que habita en nuestro corazón. Que nuestras palabras sean siempre sazonadas con la Palabra de Verdad.


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