La nueva embestida contra las mujeres

Foto por Juan Esparza

Ahora se insiste en modificar el término «mujer» por «persona»

Por Edna Porras

Mientras las niñas de doce años de la liga inglesa de criquet, se ven obligadas a competir con un hombre adulto autopercibido como mujer, campeonas estadounidenses en otras competencias abandonan su carrera de toda la vida ante las claras desventajas contra sujetos masculinos en pruebas femeninas. 

El gobierno de Gales omite el término «mujer» en su plan contra la pobreza menstrual y las reclusas en California son violentadas sexualmente por sus compañeros de celda, hombres autoidentificados como mujeres.

Este marzo Jill Biden, primera dama de los Estados Unidos, otorgó el premio del Día Internacional de la mujer a un hombre transgénero argentino.

Basta abrir la web, escuchar un poco las noticias o voltear a nuestro alrededor para darnos cuenta de que, como corolario de la violencia que siempre hemos padecido las mujeres, hoy nos enfrentamos a un nuevo y escabroso enemigo. Se ha metido sigilosamente en el cerebro social. A través de las pantallas ha confundido la mente de doctos e incultos por igual, en aras del progresismo y la inclusión.

Sea un tema en el que hayamos incursionado o no, creo que para todos es evidente y clara la cascada de leyes que se han aprobado alrededor de este tema, y que colapsan la ética, la razón y la verdad biológica. 

El resultado de esto es lo que está sucediendo a favor de hombres impostores, que bajo el título de trans, usurpan cada día los derechos, los espacios y la libertad de quienes nacimos biológicamente mujeres.

A poco tiempo de que se ha logrado el reconocimiento de la mujer con derechos iguales a los del hombre, ahora se insiste en modificar el término «mujer» por «persona», eliminando toda diferencia e invisibilizando nuestras necesidades específicas basadas en nuestra realidad biológica.

Esta nueva forma de violencia vulnera nuestros derechos, mismos que fueron ganados a fuerza del sacrificio de muchas que nos antecedieron: el derecho a ocupar posiciones políticas, a tener competencias femeninas en los deportes y en las artes, a tener espacios seguros y cuidados diferentes ante una anatomía capaz de gestar vida, entre otros.

Resulta que hoy tenemos que ceder esos derechos a aquellos hombres que, al no querer competir ni figurar con sus congéneres en el terreno laboral, deportivo o incluso artístico, deciden autodeterminarse niñas, adolescentes o abuelitas para probarse mejores en competencias de fuerza y otras habilidades. Incluso buscan obtener el derecho de usar nuestros baños, vestidores, habitaciones hospitalarias, refugios o cárceles, lugares donde, en uso de su fuerza física, han abusado de las mujeres.

La lucha que en la actualidad enfrentamos, del «borrado» de las mujeres, ha sido un caballo de Troya que no vimos venir. A los ojos de la sociedad, la inclusión era un regalo grandioso pero finalmente se convirtió en la más feroz artimaña contra las mujeres.

¿Cómo podremos sacudirnos hoy esta nueva embestida en nuestra contra? ¿Cómo librarnos de esto y hacer que la historia cambie?

Sin duda, necesitamos un milagro divino, pero también Dios usará a mujeres dispuestas a esforzarse y decididas a hacer una diferencia. 

Estamos ante un reto en el que ninguna puede quedarse sentada, ser pusilánime o indiferente. Tendremos que sentirnos verdaderamente molestas con la situación que enfrentamos, pedir dirección a Dios, abrazar la reconstrucción de la moral y de la dignidad que como mujeres merecemos. 

Forjemos un futuro diferente para las y los que vienen detrás de nosotras. Hagamos conciencia en otros. Seamos solidarias, no cómplices de los abusos. ¡Levantemos la voz! No nos quedemos sentadas viendo escenas que nos denigran como mujeres ni escuchemos música de contenido misógino. Tampoco permitamos que nuestros hijos lo hagan. 

No normalicemos la violación de nuestros derechos y mucho menos lo veamos como progreso. Incomodémonos ante el colapso de la ética, la razón y la verdad biológica. Marquemos la diferencia, empezando por nuestro círculo de influencia. 

Lo que enfrentamos es un reto enorme; la convicción de nuestros corazones tendrá que ser de ese tamaño para defender el curso de nuestra identidad.

Como dice la Palabra: «Toda la creación está esperando con impaciencia el momento en que Dios muestre al mundo quiénes son sus hijos» (Romanos 8:19).


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