Mejora tus relaciones en el trabajo

Foto por Liz Pagliuco

Foto por Liz Pagliuco

Debemos aprender a utilizar nuestros recursos internos

Por Karina Rodríguez Chiw

Aunque en el trabajo seamos de los que queremos «llevar la fiesta en paz», a veces tendremos desacuerdos e inconformidades con nuestros compañeros, e incluso con nuestro jefe, ya que cada individuo es único y diferente a los demás.

Según haya sido la educación que recibimos, las experiencias vividas y nuestra muy particular forma de percibir el mundo y de sentir, es que conformamos nuestra manera de pensar y actuar. 

Es por eso que no siempre concordamos con quienes nos rodean y en ocasiones surgen desavenencias. Pero ¿cuál es la actitud que tomamos ante esas diferencias?

A la hora de enfrentar un conflicto la mayoría de las personas de forma automática deciden evadir o pelear. Y esto es común en cualquier relación, ya sea con nuestra pareja, amigos, vecinos, padres, hijos y familiares; o compañeros de trabajo. 

Si evadimos las diferencias y conflictos que tenemos con otras personas, corremos el riesgo de que «la relación se desgaste; y al pelear, en lugar de encontrar una solución, se genera rencor, resentimiento y enojo hacia el otro, y esto no nos ayuda a resolver el conflicto», advierte la psicóloga Martha Ortiz, especialista en Terapia de Contención. 

Otras reacciones que no solucionan el conflicto son:

Complacer (siempre). Es como huir de los conflictos, ya que se busca terminar con la discusión actuando de manera indiferente con frases como: «está bien, lo que tú digas». Es como "darle por su lado a la otra persona".

Ser agresivos. Cuando amenazamos al otro para ‘ponerle punto final’ a un problema aunque no se haya resuelto. A menudo esta actitud tiene como origen la baja tolerancia a las frustraciones. 

Ceder. Cuando de manera habitual renunciamos a nuestro punto de vista ante el de los demás. Tiene como trasfondo la baja autoestima. Suele suceder en el área laboral cuando una de las partes tiene una posición inferior a la otra y teme ser removida de su puesto. 

Competir con la otra persona para demostrar que tenemos la razón, aunque no sea así; sin tomar en cuenta los sentimientos y forma de pensar de los demás. Una de las partes siempre pierde. 

Manipular. Sucede de diferentes formas, una de ellas es generando culpa en la otra persona con frases como: «¿Por qué me haces esto?» «O tú me haces sentir mal»; con lo cual buscamos responsabilizar al otro de lo que sentimos.

Si queremos actuar de manera positiva ante un conflicto, debemos aprender a utilizar nuestros recursos internos. 

Todos poseemos «una serie de fortalezas que son parte de nuestra personalidad". A estas se suman las normas que nos dieron en nuestra familia, nuestras propias experiencias que nos ayudan a crecer; así como la capacidad de consciencia y auto-observación con la que contamos para descubrir qué estamos haciendo bien o mal», comenta la especialista. Estos recursos dependen de la edad y madurez de cada persona. 

Para mejorar las relaciones podemos aprovechar los siguientes recursos: 

Consciencia. Es la capacidad de ser consciente de nuestros actos y de lo que nos sucede. Si estamos conscientes de que nuestra forma automática de reaccionar ante el conflicto es luchando, agrediendo o evadiendo, también nos daremos cuenta de las consecuencias que traen estas actitudes, como: perder nuestro trabajo o una relación cercana e importante; o tener conflictos con la autoridad por nuestras reacciones impulsivas y fuera de control. 

Redes de apoyo. Pueden ser: familiares, sociales, terapéuticas o espirituales. En ellas podemos buscar ayuda y orientación para estar mejor con nosotros mismos y con los demás. Nos permiten tener una perspectiva diferente de un conflicto o problema que estamos viviendo y que no alcanzamos a advertir. 

Actuar conscientemente. Si nos dejamos llevar por nuestros impulsos y actuamos de manera primitiva, lo único que haremos será evadir, o bien reaccionar con violencia, enojo, golpes, menosprecio, indiferencia, y/o manipulación. Lo mejor es: «confrontar, pararse ante una situación y ponerle nombre a lo que está pasando, sentarnos a negociar, hacer nuevos acuerdos y buscar distintas alternativas de solución», asevera la psicóloga Ortiz. 

Aprender a escuchar. La "escucha activa" da claridad, nos acerca, nos relaciona y nos permite vincularnos. Es la «manera inteligente de escuchar antes de hablar, con atención y respeto para entender los sentimientos de la otra persona y así evitar reaccionar o contraatacar». Nos ayuda a encontrar una solución adecuada y positiva al conflicto. Para lograrlo guardemos silencio y no hablemos. Solo cuando nos callamos y escuchamos podemos entender la postura de la otra persona. Después «podremos elaborar mensajes cortos y bien estructurados para hablar sin atacar y para que juntos busquemos alternativas para una solución», sugiere Ortiz.

Poner límites. Si nuestro jefe nos exige quedarnos horas extras en el trabajo sin remunerar ese tiempo o alguno de nuestros compañeros nos deja toda la carga laboral y no decimos nada, es que quizás nos resulta difícil poner límites.

De acuerdo con la Psicóloga Gabriela Estrada González, los límites deben estar presentes en cualquier relación donde haya dos individuos, ya que estos van a indicar qué es lo correcto o lo incorrecto, lo que se puede o no hacer. Son «normas que marcan un orden de funcionamiento y su principal característica es que son necesarios y convenientes para poder adaptarnos y convivir a nivel social», señala la especialista.

Los límites nos ayudan a definir y hacer respetar nuestros límites físicos, intelectuales y emocionales de manera clara y asertiva con las personas con quienes nos relacionamos en el trabajo, la escuela, la familia, los amigos o con nuestra pareja.

Si no los establecemos, los demás tomarán ventaja de la relación. Pondrán en primer lugar sus intereses, gustos y deseos sin tomar en cuenta los nuestros, ni siquiera considerarán si nos lastiman o afectan con su conducta. 

Al final, terminaremos sintiendo que damos demasiado y que no nos toman en cuenta, e incluso que abusan de nosotros. 

Para poner límites debemos tener muy claro «qué queremos hacer, qué es lo que nos conviene, ser congruentes entre lo que pensamos y hacemos; aprender a decir sí, pero también no, lo cual a veces cuesta mucho trabajo, sobre todo cuando estamos involucrados en una relación afectiva, ya sea con una pareja, un familiar; o de tipo laboral», señala la Psicóloga Estrada González.

Cuidemos el cuándo, el cómo y el dónde hablar para encontrar la solución a un conflicto. No siempre es conveniente que lo hagamos las dos personas solas. 

Si el conflicto es grande se necesitará un facilitador. «Una terapia ofrece ese espacio de contención, seguro y protegido, en el que se guarda la confidencialidad y el facilitador no está involucrado con alguno de los dos. Así podrán replantear los argumentos de manera objetiva e imparcial para encontrar una solución».

La mejor solución al conflicto entre Dios y la humanidad fue dada por el Padre cuando envió a su único Hijo Jesucristo a pagar el precio de nuestros pecados, ofrecernos perdón y reconciliarnos con Dios.

La Biblia nos manda «amarnos unos a otros» y nos da muchas pautas prácticas para hacerlo. 

El perdón, la mansedumbre, el tener un concepto correcto de quiénes somos, la honestidad, la humildad, la gracia, la justicia y la verdad son parámetros que en la vida diaria traen relaciones y límites sanos. Vale la pena conocerlos y ponerlos en práctica. ¡Mejoremos nuestras relaciones! 


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