Tierra sin ley (Parte 2)

Foto por Armando Lomelí

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La historia continúa

Por Yaribel García

El silbatazo del gran monstruo de hierro lo trajo a la realidad. Por un momento había olvidado quién era. No lograba descifrar el enigmático mensaje: «Venid a mí, todos los que estáis cansados y cargados, y yo os haré descansar» (Mateo 11:28). Su cuerpo volvió a estremecerse al pensar en aquellas palabras. 

Con familiaridad trepó por las escaleras del tren hasta la parte superior, cuidándose en todo momento de no ser descubierto. Aun en la oscuridad no tuvo dificultad para revisar el ferrocarril. No quería encontrarse con nadie conocido. A lo lejos se divisaban siluetas. 

Al acercarse, pudo percibir a una pareja y más adelante a varios adolescentes que al momento de verlo se hicieron a un lado, temerosos de su presencia. Ya estaba acostumbrado.

Por fin encontró un espacio. Volcándose hacia atrás pudo ver las estrellas. No quería que el sueño lo venciera. Todavía no desaparecía de su mente el recuerdo de aquella tarde en que junto con su clica salieron a hacer «labor»:

En esa ocasión, recorrieron todo el tren. Alguien se resistió a que le arrebataran su morral. Napo, airado, descargó toda su furia contra aquel hondureño que parecía de su misma edad. Su contrincante se defendió como pudo y trató de correr pero fue alcanzado.

Mientras forcejeaban, Napo sacó el puñal que llevaba y se abalanzó sobre él. El tren se movía mucho pero mantuvo el equilibrio y evitó caerse. El hondureño no tuvo la misma suerte y Napo fue claro testigo de cómo el cuerpo del adolescente terminó destrozado en las entrañas del tren.  

Ahora, bajo las estrellas, por primera vez reflexionó en el hecho. Se preguntó si aquel chico tendría familia y si habría llegado a su destino si él no se hubiera atravesado en su camino. Tratando de aquietar su conciencia, se dijo que seguro en el trayecto se hubiera encontrado con otros peores que él, quienes aunque lo dejaran con vida, le inyectarían odio como lo hicieron con él. Concluyó que lo mejor fue que sucediera así.

Al detenerse el tren en Acayucan, Veracruz, Napo vio cómo cientos de personas forcejeaban por subirse. En pocos minutos el techo quedó sin un solo espacio libre. Cuando el ferrocarril aceleró, alguien casi perdió el equilibrio. Napo extendió su mano y alcanzó a sostenerlo. Le había salvado la vida.

***

El cantar de los pájaros avisó del amanecer. Pedrito se incorporó para ver clarear el día. Había logrado descansar y aunque sentía punzadas en la herida, estas ya no eran tan intensas. Como a las nueve, Martha entró en la habitación. Pudo notar en su hijo un semblante de tranquilidad. Al percibir la presencia de su madre, el chico la miró a los ojos y le dijo con voz esperanzada: —Napo estará bien.

Ella asintió y le contó sobre la visita de la noche anterior. Una lágrima rodó por las mejillas regordetas de Pedrito. Cuando Martha concluyó el relato, él reafirmó que su amigo iba a estar bien.


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