El refugiado es mi prójimo

Foto de Andrea Dos Santos

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Ver a la humanidad tan vulnerable, inevitablemente nos lleva a pensar en la posibilidad de hacer algo

Por Andrea Dos Santos

—Hoy vamos a ir a “La jungla” —dijeron al equipo de voluntarios—. Preparen sus mochilas y abrigos que salimos mañana temprano.

Así que, ese día subimos a la camioneta con mucha expectativa y confiados en nuestro guía que sabía a dónde íbamos. 

De pronto el tránsito se detuvo. Estábamos por entrar a un túnel que pasa por debajo del canal de la Mancha. ¡Qué emoción! Viajaríamos por debajo del agua. 

Durante el trayecto del túnel, íbamos un poco callados, ansiosos por la experiencia pero deseando ver la luz para confirmar que ya salíamos al otro lado.

Después de una hora y media, llegamos al control fronterizo francés. 

¿Y dónde estaba “La jungla”? No se veía nada, solo campo y muchos camiones. Todo parecía muy normal.

“Bienvenidos a Calais” decía un cartel. En este punto ninguno del grupo podía contener los nervios de ver “La jungla”.

Nuestra guía nos dijo: —Chicos, tranquilos, prepárense. En unos minutos llegaremos. 

Desde ese momento íbamos pegados a las ventanillas tratando de distinguir algo. De pronto, a lo lejos, se empezaron a ver unos plásticos azules.

—¡Miren las carpas! —gritó uno. 

Ese fue solo el principio, el ambiente se puso cada vez más tenso.

Se veían muchos alambrados altos y dobles, con alambres de púas arriba, como los de una cárcel. Seguimos por una avenida ancha, con poco tránsito y cada vez más carpas a la vista.

—Llegamos —dijo el guía—. Vamos a bajar acá y entrar caminando. Por favor, no se separen del grupo. Este lugar es peligroso y no aceptan muchas visitas.

Así empezamos a meternos a “La jungla”. Entramos por una calle con mucho barro, negocios improvisados, gente rara que nos miraba, carteles con mensajes en idiomas muy extraños y todo tipo de viviendas construidas, cartones, plásticos, chapas o lo que fuera.

Fue una experiencia inolvidable. Había escuchado algo sobre la crisis global de refugiados pero hasta ese momento la estaba percibiendo con todos mis sentidos. Todos tratábamos de grabar cada escena en nuestra mente sin poder tomar fotografías, por respeto y miedo a la vez. 

No entendía la dimensión de las migraciones hasta que conocí ese lugar. Familias de Eritrea, Siria, Afganistán, Irán, Sudán y muchos otros países viviendo en un campamento con más de seis mil personas. 

Todos esperaban cruzar el Canal de la Mancha en sentido contrario al que veníamos nosotros. Deseaban entrar al Reino Unido. Cada uno tenía una historia de dolor y supervivencia. No obstante seguían asentados ahí sin renunciar a sus sueños. 

—Cada día es una oportunidad para cruzar, —nos dijo uno de ellos.

Una de las escenas más impactantes en medio de “La jungla'' fue visitar una iglesia copta y ver una ronda de refugiados de Eritrea cantando y danzando. 

Creo que ese día ninguno de los voluntarios salió de “La jungla'' siendo el mismo. 

Volvimos a nuestro país todos muy movilizados, porque “el refugiado es mi prójimo”. Ver a la humanidad tan vulnerable, inevitablemente nos lleva a pensar en la posibilidad de hacer algo; por lo menos ayudar a hacer conciencia sobre la crisis global de refugiados. La pregunta es: ¿lo haremos?


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