Sé alguien de influencia

Foto por Erick Torres

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Cómo cuidar la buena administración de nuestra influencia en otros

Por Neftalí Hernández Loera

Toda persona es influyente. En pequeña o grande escala. Para bien o para mal, pero todos lo somos. No podemos permanecer aislados. Vivimos en un mundo en el cual las relaciones humanas han llegado a ser fundamentales en todos los aspectos de la actividad cotidiana.

De la misma manera, la influencia personal con todas sus naturales implicaciones, ha llegado a ser una importantísima arma por medio de la cual es posible arrastrar a pequeños y grandes núcleos humanos hacia logros positivos. O bien hacia causas desastrosas y negativas. El problema es que cada día tendemos a descuidar más la buena administración de nuestra influencia y llegamos a pensar, en cierta forma, que podemos vivir de cualquier manera ya que a nadie le interesa lo que pensamos o lo que hacemos.

Sin embargo, hoy más que nunca debemos tomar con toda seriedad el lugar que el Señor Jesucristo nos ha asignado en este mundo. Debemos estar conscientes también, de que muchas personas observan nuestra conducta y que somos responsables no solo de lo que particularmente hacemos, sino de la forma en que nuestros hechos afectan la vida de nuestros semejantes.

Como dijo el apóstol San Pablo: «Porque ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí» (Romanos 14:7). Tanto en el hogar, como en el mundo en general, la influencia cuenta mucho.

En primer lugar, observemos el hogar. El padre y la madre que se preocupan por vivir una vida recta, que escudriñan las Sagradas Escrituras, que oran con su familia, que guían a los suyos en la vida devocional, ¿qué podrán ver como resultado en la vida de sus hijos? Indudablemente dejarán una bien marcada huella de devoción y fidelidad a Dios.  Tarde o temprano serán inspirados a rendir a Dios un servicio provechoso y feliz.

Pero por otra parte, conocemos hogares en los cuales los padres en nada se preocupan por edificar la vida de sus hijos. Ahí no hay respeto ni adoración. Las Sagradas Escrituras han perdido su vigencia. La oración es punto menos que desconocida. Solo gritos y aun blasfemias se escuchan por todos los rincones de la casa.

¿Cuál será el resultado? Como el hombre insensato de quien habla el Señor Jesús en el Sermón del Monte, estos padres tendrán que contemplar, tarde o temprano, la desintegración de un hogar que pudo haber sido dichoso.

No pasemos por alto el valor de nuestra influencia en la vida de los hijos. Ellos están siempre dispuestos a seguir nuestros pasos. Dejémosles huellas de bendición y de provecho espiritual.

En segundo lugar, veamos nuestra influencia ante todos los semejantes. Es en las pequeñas cosas, en las cuales manifestamos la verdad de nuestro carácter cristiano.

¿Cuáles son las consecuencias de hacer pequeñas concesiones al pecado? Con frecuencia oímos que participar con moderación con tal o cual cosa no tiene gran importancia. Es más, muchas veces las personas dicen sentirse obligadas por las circunstancias a condescender con sus amistades, en estas pequeñas cositas que indudablemente están minando su carácter y carcomen su alma.

Los verdaderos hijos de Dios no tienen el derecho de menospreciar así la salud espiritual que han obtenido en Cristo. Por otra parte, nuestras amistades no tienen el derecho de señalarnos nuestras normas de conducta. Si son nuestros amigos, deben aceptarnos tal cual somos. Deben estimar nuestra amistad y respetar nuestras convicciones.

Además, hay creyentes débiles, como los llama San Pablo, a los cuales podemos ofender en forma drástica por causa de esas «pequeñas concesiones». ¿Qué tanto me interesa la salud espiritual de mi débil hermano que desea hallar en mí un ejemplo a seguir en su vida cristiana? Si en realidad yo estoy viviendo movido por el Espíritu de Cristo, debo sentir en lo más íntimo de mi ser, la necesidad de guiar mis actos, privados o públicos, por el verdadero espíritu de la caridad cristiana.

No solo debo considerar mi conducta en forma aislada, sino mis actos en relación con la salud espiritual de mi prójimo. Es verdad que ninguno de nosotros «vive para sí o muere para sí». Nos debemos unos a otros. El apóstol de los gentiles nos ha proporcionado algunos pensamientos inspiradores que bien haríamos en meditar detenidamente.

«De manera que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí. Así que, ya no nos juzguemos más los unos a los otros, sino más bien decidid no poner tropiezo u ocasión de caer al hermano. Yo sé, y confío en el Señor Jesús, que nada es inmundo en sí mismo; mas para el que piensa que algo es inmundo, para él lo es. Pero si por causa de la comida tu hermano es contristado, ya no andas conforme al amor.

No hagas que por la comida tuya se pierda aquel por quien Cristo murió. No sea, pues, vituperado vuestro bien; porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo. Porque el que en esto sirve a Cristo, agrada a Dios, y es aprobado por los hombres. Así que, sigamos lo que contribuye a la paz y a la mutua edificación» (Romanos 14:12-19).

El pensamiento queda claro con las palabras de Romanos 14: 8: «Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos». Preparémonos conscientemente, ya que ante el Señor daremos cuenta de la mayordomía de nuestra influencia.


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