¿Quién te dijo?

Foto por Diana Gómez

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«La diferencia entre una flor y una hierba es un juicio»

Por Naomi Campos

Hace un tiempo, mientras tomaba té, me di cuenta de que la etiqueta tenía una frase que decía: «La diferencia entre una flor y una hierba es un juicio». De momento me quedé pensando en la verdad que contenía la frase y en las implicaciones de la misma. ¿Qué hace especial a una flor? ¿Qué hace diferente a una hierba?

La hierba o maleza es cualquier planta que crece de forma silvestre, en un área labrada o controlada por el ser humano. Se puede encontrar en un jardín o en un cultivo agrícola, limitando el crecimiento de las deseadas y escogidas. Las hierbas crecen en los lugares menos indicados, son persistentes y pueden robar luz, nutrientes, agua y espacio; características que las vuelven indeseables. 

Por otro lado, una planta ornamental es aquella que por sus cualidades estéticas se utiliza para adornar el entorno. La flor, follaje, fruto y perfume son parte de las características que apreciamos de las plantas de ornato. 

Pensemos en una planta  conocida como diente de león. Cuando en un césped, cuidado y perfectamente cortado, crece un intruso como este, enseguida se considera como una hierba que debe ser erradicada. Sin embargo, de él nace una flor amarilla que el pasto no puede dar. 

Después, esa flor se transforma en una esfera de semillas a la que algunos acostumbran soplarle mientras piden un deseo. Las hojas, la flor y la raíz poseen propiedades nutritivas y medicinales. Cada parte del diente de león tiene un potencial que puede ser ignorado o desperdiciado porque se le etiquetó como hierba.

¿Quién decidió que el diente de león era solo una hierba y no una flor? 

La realidad es que nosotros también hemos sido etiquetados de diferentes maneras. Las palabras van y vienen, y con ellas juicios que nos marcan y que dejamos que nos definan. Características como: eres tímido, tonto, incapaz, poco atractivo, rebelde, no eres digno de confianza o de amor. 

Este tipo de etiquetas han alterado y afectado miles de historias, incluida la mía. Las consecuencias de esos juicios resultaron en vivir con miedo de no ser amada y aceptada y creer que mi valor provenía de lo que otros pensaban o decían de mí. Pero fue ahí, detrás de esas etiquetas y sus consecuencias, que escuché a Dios, mi Creador, preguntarme: «¿Quién te dijo...?». 

Cada ser humano es el trabajo creativo de Dios y cuando nos etiquetan, critican o juzgan también están desvalorizando al Artista que nos creó. De la misma manera, si nosotros mismos devaluamos quienes somos, estamos insultando a nuestro Creador. Dios no carece de talento artístico ni es descuidado. 

Desde el momento en que Dios creó a Adán, lo selló con su imagen. Vio que lo que había creado era «muy bueno». Como una demostración más de su gloria, ninguno de los 7.9 mil millones de seres humanos es igual a otro. 

Aunque es cierto que el pecado ha vuelto borrosa esa imagen de Dios en nosotros, podemos confiar en que Él nos está redimiendo, que no necesitamos ser como ninguna otra persona y que solo cuando nos entregamos a Jesús podemos ser más nosotros mismos. 

Dios, nuestro Creador, es el único que tiene la autoridad para decirnos quiénes somos. Nos llama por nombre y nos da un propósito. No se equivoca al dar a cada individuo su personalidad, fortalezas, sueños, pasiones y deseos de acuerdo a su diseño perfecto: a su imagen y semejanza.


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