Pablo le sucedió a la vida
Estamos llamados a conocer nuestro propósito y a vivirlo de manera osada
Por Itzel Gaspar
Hace unos días, encontré una frase que me conmovió: «La vida no le sucedió a Pablo, Pablo le sucedió a la vida».
El apóstol Pablo ha sido uno de los hombres más sobresalientes en el cristianismo. Fue contemporáneo de Jesús y dos mil años después, su vida nos sigue impresionando. Si reflexionamos un poco sobre esto, nos damos cuenta de que han habido pocas personas como él, que no se quedan sentadas esperando a que las circunstancias les sucedan.
Pablo fue un creyente que parecía levantarse cada mañana con la completa determinación de cumplir el propósito para el cual había sido creado y salvado. Permaneció creciendo, madurando y aprendiendo; pero no solo eso, también compartió con otros todo lo que tenía en sus manos, en su mente y corazón.
Esto me lleva a pensar que nuestros días serían diferentes si los viviéramos de una manera tan intencional como él. Si nos imaginamos a «La vida» como alguien con rostro y emociones, podríamos pensar que cada vez que Pablo terminaba otro día, «La vida» se quedaba sorprendida.
Le pasaron muchas cosas: fue encarcelado, azotado y perseguido en múltiples ocasiones.
A pesar de ello nada lograba alterar la forma en la que estaba dispuesto a vivir. Invirtió su tiempo en compartir las Buenas Nuevas, en plantar y edificar iglesias. Incluso en medio del sufrimiento, escribía a los creyentes para animarlos y seguía dando testimonio.
Pablo es un gran ejemplo de un seguidor de Jesús que no solo hizo lo que se esperaba de él. Buscó activamente los lugares donde Dios debía ser predicado y no se quedó quieto ante la necesidad.
Tuvo siempre presente el propósito de que otros conocieran a Jesucristo y el poder de su resurrección, y lo logró. Aún hoy muchos seguimos siendo transformados a través de sus cartas.
Desconocemos los detalles de las veces en que se desanimó o si pasó días sin querer hablar con nadie. No sabemos mucho de los momentos en los cuales lloró o si llegó a cuestionar el costo de su sacrificio. Lo que sí es claro es que en general, dedicó su tiempo, esfuerzo, recursos y talentos a crear un impacto positivo para el Reino de Dios.
Puede ser que no tengamos un llamado personal a influenciar todo un continente y a generaciones futuras (aunque es posible), pero sí estamos llamados a conocer nuestro propósito y a vivirlo de manera osada e intencional. Esto sí está a nuestro alcance y es nuestra mayor responsabilidad.
Yo, como Pablo, quiero ser contada entre las personas a las que la vida no les sucede, sino que le suceden a la vida.
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