¿Cuál es mi destino eterno?
Necesitaba asegurarme de que iría al Cielo
Por Priscila Chacón
«La historia de mi conversión carece de clímax. No puedo señalar un punto de quiebre, tampoco un antes y un después lleno de contraste en mi vida». Recuerdo que llegué a esa conclusión en una escuela bíblica de verano, cuando pidieron a los niños creyentes orar por los que aún no conocían de Dios.
Nací en una familia cristiana y había acompañado a mis padres a muchas iglesias en busca de una en la que se compartiera una buena enseñanza. Me consideraba cristiana porque mis oraciones eran respondidas, porque me dolía hacer cosas malas, aunque fueran pequeñas, y porque sentía que no pertenecía al mundo.
Cuando llegué a la adolescencia, ese sentimiento de no pertenecer continuó. Mis amistades en la escuela no eran muy sólidas. Yo lo veía como algo lógico: no podía esperar lazos fuertes con personas con intereses opuestos.
Decía que era diferente a ellos y al mundo. Confiaba en que iría al Cielo, pero el no recordar el momento en que acepté su gracia me inquietaba. Yo minimizaba ese sentimiento por el principio de causa y efecto: me dolía hacer el mal y, cuando lo hacía, me acercaba a Dios para pedir su perdón. Mi naturaleza, por lo tanto, debía ser distinta a la de alguien que no lo tiene en su corazón. Sonaba lógico ¿no?
Me conformé con esa deducción hasta que, en la edad universitaria, me interesé en el libro del Apocalipsis como inspiración para una novela. Repasar los horrores de la Tribulación trajo a colación mi inquietud durmiente.
«¿Qué necesito para saber si he sido perdonada?». Me respondí: «Creer que Jesús es Dios, que se levantó de los muertos al tercer día y que con esa acción, conquistó a la muerte y me dio la oportunidad de escapar del infierno, al aceptar como un regalo que Él murió en mi lugar. Porque yo soy pecadora y, sin su gracia, mi destino eterno sería la muerte».
Si no tenía presente el momento en que acepté el regalo de Dios, bien podría no haberlo recibido antes. Necesitaba asegurarme de que iría al Cielo. Porque cuando se trata de la eternidad, la certeza es mil veces mejor que la duda. Un día, escribí el giro más importante en la historia de mi vida. Pedí su perdón, y la seguridad de esa parte de mi futuro me dio la tranquilidad que ansiaba.
Sé que mientras viva, no puedo evitar del todo hacer el mal, porque es parte de mi naturaleza humana. De mí depende cómo vivo y si dejo que su Palabra alumbre mi camino y me guíe por la senda correcta. Sé que es difícil. La vida está llena de pruebas, pero Dios siempre me recuerda que no estoy sola.
Mi deseo es que Jesús sea mi visión. Que cuando llegue el último día y todo haya sido dicho y hecho, pueda afirmar que hice lo mejor por vivir en verdad y que viví mi vida por Él.
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