Año nuevo, ¿vida nueva?

Foto por Diana Gómez

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Te damos las tres erres del cambio

Por Karina Rodriguez Chiw 

Al iniciar un año nuevo, la historia parece siempre repetirse. Cuando la mayoría de nosotros revisamos lo que hemos logrado y vemos que nada o quizá muy poco de lo que nos propusimos lo hemos cumplido, es inevitable sentir frustración y desánimo. Empezamos con mucho entusiasmo y energía, como queriéndonos comer al mundo de un bocado. Pero conforme pasan los días, las semanas y los meses, nos olvidamos por completo de tantas buenas intenciones.

Entonces nuestros propósitos y anhelos pasan a un segundo plano. Ya no les damos la importancia de antes. Descubrimos que nos falta fuerza de voluntad e ímpetu para llevarlos a cabo. Pensamos que nunca lo vamos a lograr y nos sentimos fracasados. Sin más ni más, tiramos la toalla, como dicen, porque nos damos cuenta de que carecemos de la fuerza suficiente para seguir luchando. 

Es verdad, no es sencillo iniciar un cambio de conducta o hábitos o bien emprender un nuevo proyecto. Sin embargo, para iniciar basta con que tengamos la disposición, aceptando que necesitamos dejar de lado aquello que nos estorba y que no favorece nuestra vida. Sobre todo, debemos buscar ayuda de lo Alto. El ayer quedó atrás y el futuro aún no llega. Jesucristo dijo: «No os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal» (Mateo 6:34).

Si durante el año pasado no logramos cumplir nuestras intenciones, siempre habrá una nueva oportunidad. La costumbre de escribir una lista de metas y sueños por alcanzar no está mal; es un buen paso para iniciar. Pero lo ideal sería plantear objetivos más profundos y duraderos que mejorarían nuestra calidad de vida, nuestra relación con Dios y con los demás. 

Por ejemplo, sería genial pensar cómo organizar mejor nuestras actividades diarias para destinar un mayor tiempo para orar y leer la Biblia, o bien para convivir con la familia, o adquirir la costumbre de decir «te amo» a través de pequeños detalles, o ayudar a los necesitados, o buscar la excelencia en todo lo que hacemos.

Sobre todo, debemos buscar nuevas estrategias para ir a más en nuestro crecimiento espiritual. De una vez por todas, consideremos todos aquellos deseos que hemos guardado en el olvido y que por comodidad, temor, pereza o apatía no movemos un dedo por conseguirlo.

No darnos por vencidos.

¡Que no pase un año más sin que logremos transformar nuestra vida de tal manera que cada día se reproduzca en nosotros el carácter de Jesucristo!

Lo principal para empezar es aceptar deshacernos de las piedras que hayamos colocado en nuestro camino y que nos impiden avanzar. Los pequeños y grandes cambios no surgen por arte de magia de la noche a la mañana. Esforzarnos es importante, sí, pero no es con nuestras propias fuerzas como lo vamos a lograr. La experiencia nos lo ha demostrado.

Un cambio verdadero no se da a raíz de repeticiones o a través de determinados mecanismos o métodos que durante un breve período transforman la apariencia o la conducta de una persona. Para que realmente sea genuino, permanente y duradero, se requiere de tres acciones que inician con la letra R:

1) Renunciar a nuestras viejas formas de actuar y de ser, a nuestros hábitos, vicios y costumbres. Es decir, dejar en el olvido y para siempre nuestro viejo estilo de vida. «En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos», dice la Biblia en Efesios 4:22.

2) Renovar nuestro entendimiento de una manera total, lo cual nos llevará a vivir y actuar tal como Dios desea. «Renovaos en el espíritu de nuestra mente», dice el Señor (Efesios 4:23). «No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta» (Romanos 12:2).

3) Reproducir el carácter de Cristo en nosotros y adquirir nuevos hábitos en la vida diaria. «Vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad, de la verdad», recomienda el Señor en Efesios 4:24.

Poder en marcha.

Ahora nos preguntamos: ¿Cómo conseguirlo? Recordemos que en esta búsqueda no estamos solos. Es el Espíritu Santo quien nos dará el poder para hacer los cambios que Dios quiere efectuar en nosotros, porque dice la Palabra divina: «Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad» (Filipenses 2:13). 

Lo mejor de todo es que no tenemos que ir tan lejos para obtener este poder. Solo necesitamos dejar que Cristo, quien vive dentro de cada uno, actúe a través de nosotros. ¿Cómo? Muy sencillo, obedeciendo. Al dar un paso de fe, el Espíritu Santo libera su poder. No nos paralicemos. Dios espera que actuemos pese a nuestros temores e inseguridades.

Aunque en las manos de Dios está todo y si le obedecemos Él nos respalda, Él nos anima a caminar para crecer espiritualmente y obtener los cambios que tanto anhelamos. «Esforzaos a entrar por la puerta angosta; porque os digo que muchos procurarán entrar, y no podrán» (Lucas 13:24).

Lo interno.

Lo importante es no dejarnos llevar por las soluciones y principios superficiales que el mundo nos ofrece. Algunos prometen que en unas horas encontraremos el amor a la vuelta de la esquina, y otros nos venden amuletos de la suerte que garantizan una vida de abundancia económica o felicidad eterna. ¡Falsas promesas!

Lo que realmente necesitamos es decidirnos a buscar la ayuda de Dios. Todo esfuerzo hecho tomados de su mano valdrá la pena, porque los frutos serán realmente efectivos y duraderos. Pero la motivación debe nacer de nuestro amor al Señor, a la vida y a nuestros semejantes. Cumplir nuestros propósitos tiene poco que ver con las situaciones externas. Nuestro deseo de agradar a Dios a través de la obediencia, será lo que nos dará el éxito.

Tomemos conciencia de los cambios que nos hacen falta. Esforcémonos, actuemos y la transformación empezará, porque Dios nos respaldará.

La Biblia promete: «Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente, no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en donde quiera que vayas» (Josué 1:9). De esta manera la tranquilidad, el gozo y la felicidad que siempre hemos anhelado nos llegarán como una consecuencia divina, como un regalo del Señor. Otra promesa: «Más buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas» (Mateo 6:33).


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