Conocer a Dios para conocernos
Nuestro conocimiento de Él depende de nuestro estudio cuidadoso de lo que dice de sí mismo
Por Gerardo Casanueva E.
En las últimas décadas ha surgido una gran industria que se relaciona con la necesidad y el afán del hombre de conocerse. La prueba está en la publicación de los «tests», para saber algo de nosotros mismos, en revistas populares y en periódicos. Queremos saber quiénes somos porque la verdad es que no nos conocemos a nosotros mismos.
Los individuos no somos los únicos que tenemos este problema, sino también las sociedades y las civilizaciones. Por ejemplo, los filósofos actuales y los pensadores de nuestras grandes universidades emprenden la búsqueda de la mexicanidad.
Pero Dios no tiene este problema. Él sí puede hablar de sí mismo. Dios sí se revela en todo lo que hace y, además, se revela precisa, acertada y correctamente.
Dios dice la verdad de sí mismo. No hay ninguna necesidad de mentir. O, ¿acaso puede Dios mostrarse más grande de lo que es? ¿Tendría que impresionarnos? Seguramente, no existe ningún motivo para que Dios nos engañe.
Dios tiene íntimo conocimiento de sí mismo. Se conoce correctamente, no se equivoca en ninguno de sus detalles. Dios es el único capaz de mirarse, de examinarse, de observarse y de formar conclusiones de sí mismo. Solamente los ojos de Dios son capaces de ver la realidad de Dios y solamente el conocimiento de Dios es suficientemente profundo para entender la realidad de Dios.
Dios se conoce exhaustivamente, no se le escapa ningún detalle. No le es menester someterse a un «test» psicológico, ni de medir la reacción de los demás, para saber cómo es, porque Él mismo siempre tiene toda la información. No hay nada más que se pueda saber de Dios, que Él no sepa.
Tampoco tiene problema para expresarse. Él conoce las palabras precisas para indicar su Ser, sus actividades, sus pensamientos y es seguro que la palabra que emplearía sería la palabra precisa. Si nosotros no podemos entender el lenguaje divino, si no podemos comprender las palabras precisas que hablan del Ser de Dios, es problema nuestro, no de Dios.
En su amor y bondad Dios al hablar con nosotros lo hace en nuestro idioma. Utiliza lo que los teólogos llaman «antropomorfismos» para hablarnos. El «antropomorfismo» es hablar de Dios como si fuese un hombre.
En toda la Biblia Él habla con antropomorfismos. Por eso, al leer la Biblia, encontramos que Dios habla de sus manos, de sus ojos, de su nariz, explicándose como si fuese un hombre, usando términos humanos a fin de que podamos entenderlo.
Dios utiliza las analogías del mundo para comunicarse con nosotros, y nos hace ver las relaciones que existen entre las distintas partes de la creación para que podamos luego aplicar lo que hemos aprendido de estas relaciones, al Ser o a la naturaleza de Dios.
Las grandes metáforas de la Biblia son seleccionadas por Dios mismo, precisamente para abrir nuestro entendimiento, a fin de que tengamos un conocimiento concreto y preciso de la naturaleza de Dios y de sus relaciones con nosotros. Nos es menester estudiar las metáforas, para así obtener información correcta de Dios.
La gran actividad de conocer a Dios no es especulación filosófica. No tratamos de decidir por nosotros mismos cómo es Dios o qué cosa está implícita en la idea de un ser absoluto. Es todo lo contrario.
Conocer a Dios es una actividad hermenéutica, es decir, la interpretación de lo que ha dicho Dios, porque Él ha hablado de sí mismo. Lo que ha dicho Dios se encuentra en la Biblia y nuestro conocimiento de Él depende de nuestro estudio cuidadoso de lo que dice de sí mismo.
Si queremos conocer a Dios necesitamos escuchar atentamente cuando Él habla sobre Él mismo.
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