Rompiendo las barreras de discriminación
No dar las mismas oportunidades a los discapacitados es discriminación
Por Brenda Darke
En México el 4.9% de la población sufre de alguna discapacidad. Muchas veces estas personas pasan inadvertidas porque los espacios comunes no están diseñados para ellos y esto los mantiene relegados. Esta situación puede repetirse en nuestras congregaciones. Es probable que cada uno de nosotros conozca a una o más personas con discapacidad, aunque quizá no hemos tenido experiencia con ellos en nuestra iglesia. Veamos tres casos típicos.
1.Cuando una familia empezó a congregarse en una iglesia, el pastor llegó a su puerta para una visita. Les dijo que no era conveniente llevar a su hija, una joven con discapacidad cognitiva. Añadió que ella siempre hacía ruidos extraños y la congregación no estaba acostumbrada a este tipo de comportamiento.
Ofreció orar con ellos y luego se fue. La familia decidió buscar otra iglesia porque a la joven le gustaba mucho participar en los tiempos de alabanza.
2. En otra congregación, una pareja joven tuvo un bebé con discapacidad. Los hermanos de la iglesia pensaron que quizá la razón de que el bebé tuviera una discapacidad radicaba en un pecado cometido por los padres. Cuando la familia se percató de estos comentarios, dejó de congregarse.
3. La maestra de escuela dominical de una iglesia rural se negó a recibir a un chico con discapacidad en su clase, pues le parecía muy difícil integrarlo al grupo. Desgraciadamente el pastor no puso mucha atención en el asunto. Pensaba que lo único importante era mantener a los niños ocupados en un lugar aparte para que el resto de la congregación pudiera concentrarse en su sermón.
La mamá, quien había sido abandonada por su esposo cuando su hijo nació, dejó de asistir. Decidió quedarse en casa los domingos y cuidar a su hijo ya que no era bien recibido.
Lo triste es que en cada caso, las familias necesitaban el apoyo de la iglesia y no lo recibieron. Son historias que tienen consecuencias y que a veces no tienen arreglo, afectando muchas vidas.
Cuando no hacemos nada para dar a unos las mismas oportunidades que los demás disfrutan, estamos discriminando. También al hablar mal, faltarles al respeto, evitar relacionarnos con ellos o al no estar dispuestos a tratar de ponernos en sus zapatos. Esto no siempre surge de un corazón malvado sino que tiene que ver con nuestra ignorancia y falta de educación al respecto.
¿Cómo podemos enfrentar las barreras de la discriminación?
Primero, educándonos en el tema. Se puede obtener mucha información útil en internet. También es importante conocer las leyes de derechos humanos de nuestro país. Debemos estar conscientes que de ignorarlas podemos caer en abusos penados por ley.
Para nosotros como cristianos es aun más importante estudiar la ley de Dios y lo que nos dice acerca de esta población. La realidad es que, como iglesia, ignoramos el tema. Los pastores no nos enseñan sobre la discapacidad porque tampoco ellos tienen mucho conocimiento. No es común que los seminarios y cursos de ministerio pastoral incluyan este tema. La falta de información y, en especial, de recursos bíblicos, nos lleva inadvertidamente a la discriminación.
¿Qué dice la Biblia?
Debemos ver a la persona y no su discapacidad. Dios nos creó a cada uno como individuos. En la Palabra vemos que las diferencias ¡son buenas!, ya que son parte de la riqueza de la creación de Dios.
También tenemos el ejemplo de Jesús, quien aceptó a todos, mostrando interés y compasión. El no rechazó a nadie, mucho menos a las personas vulnerables. Siempre tenía tiempo para conversar con los pobres, personas con discapacidad o enfermedades, personas solitarias, viudas y niños. Dios envió a Su Hijo para la salvación de todos.
Debemos enseñar verdades en vez de mitos. Los mitos causan discriminación y dolor para las personas con discapacidad y sus familias. Estos pueden ser culturales pero los más peligrosos son los que se piensa, de manera errónea, que tienen base bíblica.
Es un mito que la discapacidad es un castigo de Dios y podemos leer como Jesús aclaró esta mentira en Juan 9:1-3.
También es un mito que la sanidad de discapacidades se da en medida de la fe de las personas. Cuando se ora por un milagro y este no sucede, mucha gente pone la responsabilidad en la persona y su familia, afirmando que es por falta de fe, ignorando la verdad de que Dios es soberano y dependemos de su voluntad.
He conocido personas con mucha fe que manifiestan que el milagro más grande en su vida es la salvación. En la Biblia encontramos un claro ejemplo de esto. Pablo clamó a Dios para que le quitara la espina que lo atormentaba, pero el Señor le dijo: «Te basta con mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad» (2 Cor 12:9 NVI).
Es un mito que las personas con discapacidad no necesitan a Cristo, porque son «ángeles». Ellos necesitan a Cristo al igual que cualquiera de nosotros. No hay otro camino a la salvación. Es cierto que tendremos dificultad para comunicar la verdad, pero no existen limitaciones para el Espíritu Santo. Nuestra responsabilidad es presentar a Cristo a cada persona, con nuestras palabras y nuestras acciones.
Resultados de quitar las barreras de discriminación
Si queremos trabajar para quitar las barreras, es muy importante que tomemos tiempo para conocer a estas personas, conversemos con ellos y consultemos sobre las adaptaciones que necesitan para formar parte de nuestra comunidad.
Es natural tener cierto miedo al principio pero una vez que empezamos encontraremos que son iguales a nosotros.
Esto nos dará la oportunidad de apreciar los dones de estas personas. Muchos son brillantes, otros son más humildes pero muy sensibles y pueden tener diferentes dones y habilidades. Posiblemente nos parezcan «más débiles», pero son indispensables para el cuerpo de Cristo (1 Cor 12:22-23).
Por otro lado, debemos entender nuestra responsabilidad pastoral de cuidar a sus familias, pues la mayoría ha sufrido aislamiento y falta de apoyo.
Los resultados de este esfuerzo pueden ser múltiples, pero todos llenos de esperanza:
Nuestras iglesias serán comunidades inclusivas y sanas.
Veremos a más gente llegando a nuestras iglesias.
Más personas conocerán a Cristo y su salvación.
Las iglesias tendrán más voluntarios con diversos dones.
Las iglesias tendrán un mayor impacto en la sociedad.
¿Qué pasó con las tres familias?
1.La primera buscó congregarse en otra iglesia y hace poco la joven fue bautizada. Ella es aceptada y amada por los miembros de la congregación.
2. El niño creció y aunque tiene que usar una silla de ruedas, se graduó de la universidad y hoy es un profesional. Ni él ni sus padres regresaron a una iglesia.
3. La mamá y su hijo encontraron un grupo de apoyo pastoral para familias de personas con discapacidad y aunque no participan en los cultos, han encontrado ayuda y solidaridad con otras familias de este grupo. Siguen estudiando la Biblia y orando.
Todos podemos colaborar para hacer de nuestras iglesias lugares de refugio y esperanza para las personas con discapacidad y sus familias. ¡Sigamos el ejemplo de Jesús!
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