Lo que Mario Bros. me enseñó acerca de las pruebas de la vida

Foto por Frida García

(Cuidado: spoilers de la película)

En la vida real, no puedo poner pausa a las dificultades.

Por Andrea Hernández González

Lo que muchos milenials no sabíamos que «necesitábamos» llegó hace poco: una buena película animada de Mario Bros. Está muy disfrutable y plagada de referencias nostálgicas y representaciones del videojuego que ha sido tan popular los últimos 40 años. 

Reconozco que no es la mejor película del mundo pero logró tocar fibras sensibles en mí. Más allá de ponerme la piel chinita al escuchar los sonidos clásicos de Nintendo, me hizo ver cuán importantes son las pruebas para madurar, crecer y encontrar un propósito mayor en la vida. 

La verdad es que desde que tengo memoria, huyo de los desafíos. Si existe una manera sencilla e indolora de hacer las cosas, mejor para mí. Si veo que se acerca una incomodidad, molestia o dificultad, la evito si es posible. Muchas veces ha sido bueno y hasta sabio facilitarme la vida, pero también he tenido que aprender que no todas las pruebas se pueden evitar. 

El 2022 ha sido el año más desafiante de mi vida, pues trajo una prueba tras otra. Primero, mi hijo tuvo un accidente terrible. Fue la primera vez que no sólo pensé: «¡Esto es muy difícil!» sino que no quería enfrentar lo que estaba pasando. Pensaba a cada segundo: «No quiero vivir esto, ¿cómo puedo saltarmelo? Es insoportable, ¡no puedo!». 

Mi hijo sobrevivió y, de hecho, sanó muy rápido, pero seguido a eso vinieron problemas serios con la Fiscalía General de Justicia y con el DIF; entré en un proceso de investigación muy angustiante. Tuve que dejar mi casa, a mi perrita, mi comodidad y libertad. 

No había terminado de procesar lo vivido cuando me diagnosticaron cáncer de mama. Mi esposo y yo apenas estábamos asimilando la noticia cuando, dos semanas después, falleció mi suegra. En pleno duelo nos dio COVID a toda la familia y enseguida tuve mi primera de ocho quimioterapias. Volvimos a casa y regresó mi perrita, pero seguíamos con un hueco en el corazón y la incertidumbre de nuestra situación legal. Un mes después, mis papás se mudaron a otro estado y despedimos la casa en la que crecí. Otro duelo más. 

Cuando jugaba Mario Bros., era muy fácil ponerle pausa cuando se me hacía muy difícil un nivel y después retomarlo cuando estaba más despejada. Pero en la vida real, no pude hacerlo. Tuve que sentir el dolor, vivir la incertidumbre, enfrentar el miedo, luchar con mis pensamientos; en fin, aceptar la realidad. 

Me sentí como Luigi en la película, cuando lo separaron de su hermano Mario, y sin esperarlo ni merecerlo, quedó atrapado en un mundo de lava, destrucción, maldad, amenazas de muerte y sufrimiento. No había salida y cada minuto el panorama empeoraba. El pobre estaba asustado, solo e impotente. No era para menos. 

Por otro lado, a Mario también lo arrancaron de su mundo para verse envuelto en circunstancias aterradoras y extremadamente peligrosas al intentar rescatar a su hermano. 

Nadie quiere estar involucrado en situaciones así. Mario y Luigi no lo buscaron, no fue una consecuencia de sus errores y no estaban preparados ni física ni mentalmente para vivir lo que les tocó. Yo tampoco lo estaba cuando tuve que pasar por tantas dificultades. Fue una de las cosas en las que pude verme reflejada en la película. 

Me emocioné con las escenas en las que Mario se preparaba para cruzar el camino de obstáculos que le presentó la princesa. Era malísimo y salía muy golpeado, mas no se rindió y practicó hasta que lo logró. Lo mismo pasó en el combate contra Donkey Kong y en el camino hacia el mundo de Bowser. La pasó muy mal, pero no iba solo, y lo más importante de todo, aceptó su realidad y la abrazó con valor, aunque implicó mucho riesgo y dolor. 

En el caso de Luigi, con quien más me identifiqué, fue muy conmovedor ver en quién se convirtió al final, a comparación de cómo había comenzado. Era un manojo de nervios e inseguridades, dependiente de su hermano, soñador al igual que Mario, pero poco activo, paralizado por el miedo desde que entró a ese mundo fatalista. 

Seguro que Luigi no quería tener que vivir esto y deseaba escapar de su realidad, cerrar los ojos y hacerse bolita (como yo). Pero no lo hizo; a pesar de que estuvo en cautiverio, trató de mantener la esperanza de que su hermano lo salvaría. 

Cuando por fin pudo escapar, fue tomando acciones cada vez más valientes. Lo que había vivido en ese mundo de muerte lo hizo más fuerte. Se sintió capaz de cruzar aquellos peligros y tuvo el valor de vencer al monstruoso Bowser junto con su hermano Mario. ¡Qué fortaleza de carácter!

A mí también me mantuvo la esperanza de que alguien me rescatara: mi Señor Jesús. Cuando la angustia me invadió, sólo me quedó confiar en Dios. A veces tuve que moverme en contra de mi voluntad y hacer frente a los obstáculos, como Mario, y otras, fue necesario permanecer en completa quietud, como Luigi. El primer escenario era aterrador y el segundo, desesperante; ni a cuál irle. Nada tenía sentido, pero sabía que en ambos, Él estaba conmigo.

Con el tiempo empecé a notar que cada vez toleraba más el sufrimiento, mis pensamientos estaban cambiando. Comencé a ver las cosas desde diferentes perspectivas y ya no desde el fatalismo. Mis ganas de vivir crecieron y mi fe se fortaleció. La oración y la búsqueda de Dios fue más constante y junto con ello vino la paz verdadera y la esperanza de una vida mejor, independientemente de las circunstancias. 

Hace poco leí el testimonio de un papá que ha pasado por pruebas muy tremendas en su familia. Él comparaba la fe con un videojuego en el que el camino se va revelando al personaje conforme va avanzando. Más allá de lo inmediato no se ve nada, está oscuro. Tiene que dar el paso para saber a dónde va, no al revés. Estoy muy de acuerdo.

A veces queremos asegurarnos primero de que todo va a estar bien, y entonces sí damos el paso, pero así no funciona la vida ni nuestra relación con Dios. Es imprescindible depender de Él, un día a la vez. 

Es muy probable que Él permita que pasemos por situaciones que parecen imposibles de superar, pero Él nos dará en el camino los «honguitos» para que crezcamos y seamos fuertes, nos ofrecerá «estrellitas» para derrotar a los enemigos con seguridad y valentía como si fuéramos invencibles, y nos guiará a todo lo necesario para lidiar con lo que venga. 

Así que, podemos estar seguros de que seremos rescatados por nuestro Padre si confiamos en Él. Lo he comprobado una y otra vez en el último año. Mi proceso de transformación sigue, gracias a las pruebas, pero sobre todo gracias a Dios que siempre ha estado conmigo.


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