Devenir histórico de la Reforma de la Iglesia 

Foto por Sergio Mendoza

Un fenómeno complejo que inició siglos antes del pleito del papa con Lutero

Por Alejandro Moreno Morrison

Suele señalarse como inicio de la Reforma el 31 de octubre de 1517, cuando Martín Lutero clavó sus noventa y cinco tesis. Sin embargo, la Reforma de la Iglesia occidental no comenzó con Lutero ni se limitó a él. Tampoco fue con su lucha contra la venta de indulgencias, ni siquiera con la doctrina de la justificación por la sola fe. La Reforma fue un fenómeno mucho más complejo que inició siglos antes del pleito del papa con Lutero.

Remontémonos al concepto de «reforma» en su contexto medieval y renacentista. Reformar es retornar a la «forma» o modelo ideal. Esto presupone que lo que se reforma fue previamente deformado, es decir, se apartó del modelo ideal.  

El uso del concepto «reformar» en cuestiones eclesiásticas data por lo menos del s. XIII. El Segundo Concilio de Lyon (1274) reconoció la necesidad de una reforma de la Iglesia, «desde la cabeza hasta todos los miembros». Sin embargo, la jerarquía eclesiástica no se ponía de acuerdo en cuanto a cómo proceder. Había muchos intereses que impedían una reforma oficial.  

No obstante, al menos desde el s. XII, existía ya una cadena ininterrumpida de reformadores y movimientos que buscaron regresar a la Iglesia a su modelo ideal conforme a la Biblia.  

Alrededor de 1170, Pedro Valdo, un rico comerciante de Lyon, Francia, experimentó una dramática conversión. Dedicó su vida a predicar el Evangelio y a patrocinar la traducción del Nuevo Testamento al provenzal. El movimiento valdense se esparció por toda Europa, aunque se concentró especialmente en el sur de Francia, en Italia y Alemania. Subsistieron hasta el s. XVI cuando se unieron a la Reforma suiza.  

Otro movimiento reformador temprano, cuya influencia perduró hasta el s. XVI fue el de John Wycliffe y los lolardos (1324-1330). Además de su trascendencia en Inglaterra, el ministerio de Wycliffe tuvo impacto en Bohemia (Chequia). El emperador Carlos IV emprendió una reforma para combatir la corrupción eclesiástica, fundó la Universidad de Praga y promovió que estudiantes bohemios estudiaran en Oxford con Wycliffe.  

Los alumnos checos de Wycliffe llevaron de vuelta a su país transcripciones manuscritas de los escritos de John. Fue en dicho contexto que nació y se formó Jan Huss (1369-1415), reformador checo que, inspirado por Wycliffe y los valdenses, predicó el Evangelio y promovió la reforma de la Iglesia.  

La influencia de Huss, y con él la de Wycliffe, llegó hasta Lutero, cuando en un debate lo acusaron de ser hussita. Lutero consultó las actas del Concilio de Constanza (donde se juzgó y condenó a Huss a la hoguera) y descubrió que, más de cien años antes, Huss había llegado a las mismas conclusiones que él sobre la justificación por la fe.

Para principios del s. XVI, las condiciones eran tales que el pleito del papa con Lutero fue la gota que derramó el vaso. Al final se confluyeron los dos grandes movimientos de Reforma del s. XVI: la Reforma luterana y la suiza, también llamada reformada o calvinista. 

La Reforma luterana se enfocó casi exclusivamente en la doctrina de la justificación y, en cierta forma, se detuvo al llegar a un acuerdo de tolerancia religiosa con el emperador Carlos V. En cambio, la suiza examinó cada aspecto de la doctrina y de la práctica eclesiásticas para desechar cualquier cosa que no tuviese un claro fundamento bíblico.  

La Reforma suiza tuvo una fuerte acogida en las islas británicas y todavía a mediados del s. XVII los puritanos seguían luchando por reformar la Iglesia anglicana. Esta Reforma calvinista triunfó en Escocia pero perdió en la Iglesia anglicana. No obstante, muchos calvinistas ingleses se exiliaron en las colonias británicas en el norte de América, desde donde la Reforma se ha difundido a muchas otras partes del mundo.  


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