La tregua de Navidad

Foto por Maddy Morrison


Foto por Maddy Morrison

Sin duda será una Navidad diferente

Por Rebeca Miriam Torres Vera 

Este año que termina nos dejará mucho aprendizaje. Inició con grandes expectativas, proyectos, metas y sueños, pero con el paso de las semanas y meses pasó lo que nunca imaginamos: la pandemia provocó que nuestros planes quedaran truncos y que algunos, incluso se convirtieran en una pesadilla.

La rutina, la falta de variedad en el entorno y el desajuste de horarios fueron los enemigos que nos llevaron a caer en desánimo, hostilidad, pereza y a abandonar nuestras metas. Quizá incluso nos robaron la esperanza de llegar al final del año con gran expectación y el anhelo de tener una Navidad diferente. Esto me hizo recordar lo que sucedió en la llamada Tregua de Navidad.

La Tregua de Navidad fue un cese no oficial al fuego, que se extendió a lo largo de la frontera oriental durante la Primera Guerra Mundial, alrededor de 1914.

La tregua se produjo a cinco meses de comenzada la guerra. Las hostilidades se habían calmado mientras los líderes de ambos bandos reconsideraban sus estrategias luego del estancamiento en la Carrera al Mar y el resultado incierto de la Primera Batalla de Ypres. 

El día previo al 25 de diciembre, soldados franceses, alemanes y británicos cruzaron las trincheras para intercambiar saludos y charlar. En algunas áreas, hombres de ambos bandos se aventuraron en «tierra de nadie» durante la Nochebuena y Navidad mezclándose e intercambiando comida y souvenirs

Hubo ceremonias funerarias conjuntas e intercambio de prisioneros, mientras que muchos encuentros terminaron en cánticos de villancicos. Jugaron partidos de fútbol entre bandos, creando una de las imágenes más memorables de la tregua.

Este acontecimiento ha sido registrado en la historia como un caso donde predominó la solidaridad y las armas se quedaron en las trincheras. Mi deseo es que este año pueda volverse una referencia para el ambiente en nuestros hogares. 

Contrario a nuestras expectativas, actualmente podemos encontrarnos en un terreno hostil. El «fuego enemigo» no solo proviene de afuera, por la ya anunciada pandemia, sino también desde el interior de nuestras casas.  

Pero aunque continuamos atravesando una crisis, en la que aún no podemos respirar con libertad, estrechar la mano del amigo ni recibir el abrazo tan deseado del familiar distante, podemos experimentar la alegría de la Navidad.

Mi anhelo es que «ambos bandos», papá y mamá, ya no se vean como enemigos compitiendo por el amor de los hijos; que los hijos puedan pausar sus actividades saturadas para apreciar el trabajo de papá o el esmero de mamá con las labores en el hogar. Que la hostilidad termine, las peleas pasen a segundo plano y predominen las pláticas sobre estrategias para contribuir todos en casa. Que las barreras de comunicación caigan y se construyan puentes de afecto una vez más.

Sin duda será una navidad diferente, donde el mejor regalo tal vez sea dar lugar a la mirada de aprecio y a la comprensión. Quizá darnos permiso para tomar un momento de silencio por la pérdida de relaciones o la muerte de algún ser querido. 

Valoremos el maravilloso hecho de terminar el año con quienes están junto a nosotros. Agradezcamos el regalo de la vida. Compartamos sobre lo que hemos aprendido en este tiempo, intercambiemos objetos significativos o un regalo hecho a mano.

Dios nos invita como dice la Carta a los Hebreos:

«Pensemos en maneras de motivarnos unos a otros a realizar actos de amor y buenas acciones» (Hebreos 10:1, NTV). 


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